MOTOR CITY
Detroit, a few days ago…
Llegar a Detroit a media noche es algo que nadie recomendaría. Lo hice porque básicamente no tenía otra opción, y porque creí haber agotado las últimas horas en una ciudad como Chicago que ofrecía una diversidad infinita de lugares y situaciones. Luego de una tarde viajando en bus rodeado del decorativo panorama que arroja el otoño y el espectacular paisaje que desaparece entre los límites de los estados de Illinois y Michigan, me fui acercando a la mundialmente reconocida ciudad del automóvil. Las personas que había conocido en otros lugares coincidían siempre al advertir que debía tener mucho cuidado en Detroit, una ciudad donde el crimen y la decadencia reinaban. En realidad era lo único que necesitaba saber para comprar un tiquete con ese destino.
Pese a tener eso claro, no tuve opción. En la inminencia de la llegada, el bus hizo dos paradas para mi sorpresa. La primera correspondía a un área suburbana de esta ciudad donde a media noche uno apenas podía distinguir la autopista con sus luces, un parqueadero a cielo abierto, y árboles circundantes. La mayoría de los que estábamos viajando a esa hora decidió bajarse. A estos los esperaban familiares o conocidos en automóviles, y rápidamente se los llevaron a todos. El conductor que era negro, disfrutaba al anunciar el nombre de esta parada “Motown”, como si se tratara de la bienvenida a una disco, y repetía el nombre de la manera mas cool así como anunciaba nuestro destino final. “Next stop, downtown.” Eso me estaba esperando, mi bajada en el epicentro del abandono.
Minutos después, luego de perseguir una mole llamativa de luces y destellos en altura que caracteriza a todos los downtowns de las ciudades norteamericanas, nos detuvimos sobre la base de unas columnas de concreto que sostenían como colosos un tren aéreo. Éramos pocos, y todos sin meditar su estancia, se amedrentaron sobre las calles vacías. Quede solo en medio de una avenida llamada Woodward, la misma que nos había traído y que se extiende como una espina dorsal a lo largo del Detroit metropolitano. El bus ahora desprendido de toda responsabilidad emprendió su marcha. No había nada, pero con algo de miedo reaccioné para encontrar un hotel. Mi primer encuentro fue extraño y asustadizo, pero ante todo una advertencia. Era un hombre negro, maltrecho, drogado o probablemente bajo el efecto de una mala vida, y quería one quarter, pero en realidad quería todo, podía devorarme. Al instante salte y lo evadí, teniendo claro que debía ponerme rápidamente a salvo.
No muy lejos di con el hotel, los buses saben donde dejarlo a uno cerca de un hotel mediano, barato, y siempre a disposición. O los hoteles siempre saben donde la gente se baja. No sé, pero resolví mi problema. Una mujer gorda, que podía llevar eructando toda la noche sin recibir a ningún huésped, revisó mis documentos, pidió la plata y me entregó una llave con el único fin de poder ignorarme al haber cumplido su trabajo. Piso sexto, tomo el ascensor, y puede ser que me detenga en esas cosas, pero de lo mas raro, el ascensor no era cuadrado. Alguna vez han visto o se han subido en un ascensor que no sea un cuadrado o un rectángulo con 4 esquinas regulares de 90 grados??? Bueno, dirán que hay algunos redondos u ovalados, pero les aseguro que este era un trapezoide sin un ángulo igual al otro, era casi un triangulo donde pueden estar torturando a alguien con una sensación infinita y alargada, en todo caso era bien extraño, era Detroit.
Dejé mi maleta y me lave la cara, había locos que gritaban en la calle. Mi curiosidad me hizo abalanzarme lo más pronto posible sobre los rincones inauditos de esta ciudad. Salí como un lobo con la disposición de defenderme y atacar si era necesario, al menos para seguir vivo. Busqué bares, buscaba problemas. Y encontré de todo. Resumiendo, (porque me toca resumirles, esta es una crónica y no una novela) Detroit es la versión mas cercana a Sin City, no hay catedrales y los templos son los casinos, es un lugar donde uno puede estar caminando a medio día y puede sentirse lúgubre después de algún arrasamiento. Cabe decir que Detroit fue una ciudad que durante el febril auge de la industria automotriz de los Estados Unidos en el primer cuarto del siglo XX, fue una de las más prometedoras ciudades del mundo que durante su vertiginoso apogeo compitió por merecer el título de la segunda ciudad americana después de Nueva York, y donde el trabajo y el entretenimiento construían su meca alrededor de la industria manufacturera.
Pero como no deja de ser todo una sorpresa, de un resplandeciente nacimiento, llega el desastre o la condición humana de la extinción. La historia que todos cuentan, aquellos que reniegan del presente, que recuerdan con ojos dilatados el esplendor de los años cincuenta y hoy son escépticos de la promesa de un futuro, coinciden en la misma explicación. Aquella industria que trajo riqueza desmesurada, inmigrantes de todas partes para abastecer la mano de obra, que llevó en su marea alta a los artistas consagrados para satisfacer el lujo y la extravagancia, fue exactamente la misma que trajo la ruina. Al decaer la industria automotriz a partir del final de los años sesenta y durante la década siguiente, la viabilidad financiera, la competencia, la desaceleración del consumo y la crisis del petróleo, hizo que todo el brillo se convirtiera en pesadilla. A partir de ese momento todo cambió para siempre. Hoy en los bares existen las mujeres más hermosas que lidian con las fieras criminales que asaltan las calles. Los carros manejan a baja velocidad con sonidos hip-hop de bajo mundo, y ruedan por calles oscuras sin poderse distinguir quienes manejan. También hay carros vintage, modelos antiguos de una industria que trajo riqueza y trajo la ausencia. Hay gente rara, desde hombres grotescos hasta mujeres sin dientes, y jóvenes desesperados que se refugian en el crack y la heroína para escapar de la angustia.
En esta ciudad no ha caído ninguna bomba pero pareciera. Edificios derruidos y carcomidos por el tiempo y la falta de un ser humano que los habite. Cada ventana rota parece el testigo de una escena terrorífica detrás de cada muro. Sobre este escenario también transcurre una historia oculta de racismo y opresión. Los millares de obreros que llegaron en su mayoría provenientes del sur, se organizaron paulatinamente a partir de los aciagos momentos de la Gran Depresión en una lucha por mejorar sus condiciones laborales, y al verse oprimidos por sus empleadores desataron revueltas como el gran motín de 1943. A partir de esa época cuando Detroit había desempeñado un gran papel como bastión de la industria militar durante la Segunda Guerra Mundial, se convertiría a la vez en un caldero donde las tensiones entre blancos y negros ocasionarían una de los más enigmáticos procesos de abandono del centro urbano y constante migración hacia los suburbios.
Al caminar por el alguna vez glamoroso Washington Boulevard, y por el cual llegó a compararse Detroit con alguna de las grandes ciudades europeas, las en otra época concurridas calles ahora imitan imágenes apocalípticas, y los cafés quedaron reducidos a bodegas mientras cada rincón podría ser la esquina perfecta para un homicidio. La parodia máxima de la decadencia que llegó a alcanzar esta ciudad al final del siglo, fue llevada al cine en la película RoboCop (1987) donde el crimen en una especie de presente no muy lejano había alcanzado límites inimaginables. Para contrarrestar la amenaza, la adelantada industria robótica había desarrollado un cyborg capaz de salvaguardar al ciudadano en nombre de la ley y combatir el crimen que a manera de un cáncer se había apoderado de la ciudad, sin imaginar las consecuencias que ese adelanto tecnológico traería. Detroit en el mundo de la ficción, había condensado el crimen y era el escenario perfecto donde la distorsión de la utopía maquinista se convertía en pesadilla.
Esta ciudad ha vivido una vida rápida y eso ha dejado cicatrices en su aspecto. Del auge, la riqueza, las calles vociferantes, el glamour y las animadas noches, hoy queda desolación y el miedo todavía se apodera de la gente. Fue tanto así, que sus pobladores en su mayoría blancos decidieron abandonar el centro y refugiarse en los suburbios. A partir de 1967 con el motín de la 12th Street que más pareció una rebelión, se destruyó buena parte de la ciudad dejando 43 muertos. Este se constituyó en el punto crítico donde las tensiones sociales, la falta de empleo, el desplazamiento de comunidades por la construcción de obras civiles, la brutalidad policial y el caos, se apoderaron de las calles con consecuencias devastadoras. Los nuevos pobladores en su mayoría afro americanos que quedaron desempleados por el despido masivo de las industrias, fueron paulatinamente apoderándose de las viejas edificaciones en un acto desesperado por encontrar un espacio para ellos. El desespero trajo consigo vicio y criminalidad a partir de la crisis laboral y social. Sin embargo de todo esto, que puede verse como vil decadencia y uno de los episodios oscuros de la historia americana, ha sido la olla a presión para una de las culturas musicales más diversas y bastas de todos los Estados Unidos.
El sonido “Motown” que resulta de la conjugación provocativa de motor-town, es uno de los más reconocidos del Soul y el Rhrytm & Blues que reúne figuras locales como Marvin Gaye, Diana Ross & The Supremes, The Temptations, Stevie Wonder, Martha & The Vandellas, entre otros, quienes alcanzaron su fama mundial alrededor del sello Motown Records. De esta ciudad del pecado y laceración, una cultura suburbana encontró salida en la música como único modo de superar una realidad desecha, y de la cual hace distintivo una generación de músicos y artistas de varios géneros que van desde el pop hasta el heavy metal. Al caminar por el Midtown de esta ciudad puede uno encontrarse con la tienda de vinilos mas completa, con rarezas y piezas que cualquier disc jockey o coleccionista de las 33 rpm pagaría cantidades absurdas en las calles de otras ciudades, y acá se encuentran perdidas en cajas de cartón bien conservadas. Y no se trata de un epicentro de música soul para viejos, porque de este basurero creador salieron artistas como Madonna, Aretha Franklin, Funkadelic, y antagónicos como los MC5, Iggy Pop & The Stooges, The Amboy Dukes, Alice Cooper, y Grand Funk Railroad. También fue casa adoptiva de Patti Smith y John Lee Hooker, y más recientemente dio forma en sus calles a los White Stripes y a Eminem. Es un hecho que de este agujero chatarra han salido varios de las mejores canciones top 10 y de los sonidos con mayor influencia del siglo pasado y presente, obedeciendo aquello que a la mala vida mejor cantarle.
Hoy después de atravesar las calles casi vacías, ver de lado los hombres y mujeres sonámbulos, y cruzar los edificios de pompa desaparecida de los cuales muchos se encuentran abandonados y otros ocupados ilegalmente, se reclama la decadencia del hemisferio. Pero de estos avistamientos depresivos surge la maravilla. No me lo crean, pero en medio de esta ciudad fantasma existen enormes edificios llenos de libros usados como tesoros en una isla de piratas, y uno se pregunta quien podrá leerlos. Al ser esta una ciudad poco atractiva para el turismo, mitificada en la decadencia y los índices de criminalidad de estigma, se encierra algo muy original. La sorpresa menos esperada resulta ser el hallazgo de edificios enormes con joyas bibliográficas de ediciones inimaginables y con el lujo de precios inauditos. Acá nadie sabe quien podrá leer lo suficiente para tener esos depósitos, quien podrá venir a buscar esas rarezas, pero existen monjes modernos que guardan en sus abadías reliquias editoriales en galpones enormes que demandarían años para explorarlos, y nadie lo sabe pero en esta ciudad medieval del automóvil eso existe.
Los grafitis que en lo personal me gustan, dejan de ser street art para convertirse en decoración interior. Vi hombres en sillas de ruedas que esperaban un bus y de repente al llegar la ruta indicada se levantaban y caminaban. Hay gente con tatuajes que mas parecen cicatrices del horror. Hay cojos, tuertos y enanos. Hay viejos sicópatas que manejan unas sillas robóticas que les dan la libertad de levantarse de la cama y salir a patrullar, pero se mueven por las calles apostando carreras porque la soledad de las aceras les permite la tranquilidad de no registrar atropellados. Los edificios altos los devoran el viento y el oxido. El antiguo estadio de Los Tigres graba en sus paredes el coro del tema Detroit Rock City. La gente huye de quien se le aproxime de solo pensar que sea un fantasma. Acá todavía no han hecho pruebas nucleares ni han ocurrido desastres ambientales, pero el ser humano parece extinto. No se como confesarles, pero parece que Detroit me gusta.